Nadie es perfecto...
Diariamente me levanto a las 7 de la mañana. Como una persona perfecta, preocupada por su aspecto, salgo a correr, como una perfecta deportista. Después como una perfecta ama de casa me hago mi perfecto desayuno y dejo la casa limpia y perfectamente ordenada. Me arreglo y me visto, siempre perfectamente conjuntada. Más tarde y como una perfecta creyente, voy a misa, donde rezo fervorosamente mis oraciones. A las 9, puntualmente, llego a mi trabajo. Allí y durante 8 horas ininterrumpidas, ejerzo mi profesión, como una perfecta doctora: competente, responsable y cariñosa. Al salir del trabajo,soy una perfecta hija y rigurosamente llamo a mi madre, con la que mantengo una perfecta conversación: un discurso coherente, convincente y enternecedor, que le ayuda a sobrellevar sus penas. Más tarde, y según los días ejerzo de amiga o de hermana perfecta, bien en persona o bien por teléfono, ofreciendo un discurso alegre, optimista y oportuno. Para el final del día y para dedicarle la mayor y más delicada atención, como una perfecta novia, llamo a mi novio, para cada día demostrarle el perfecto amor que le profeso y de nuevo hago gala de mi buen humor, de mi saber estar y de mi eterno afecto. Por la noche, de nuevo en casa, me preparo una perfecta cena y como una perfecta profesional, dedico al estudio el tiempo necesario. Finalmente, me voy a dormir, tras haber contribuido a hacer el mundo un lugar más perfecto.
Así, sería yo en un mundo perfecto, pero desgraciadamente NO soy perfecta.
Diariamente el despertador suena a las 7, y a las 7.30, y a las 8, y a las 8.30 y finalmente a las 9 salgo de la cama. No voy a correr, porque no me da tiempo y porque me da pereza y no voy a misa porque no soy tan creyente como aparento. La mitad de los días no desayuno y dejo la casa como si hubiera habido un terremoto. Tardo siglos en escoger la ropa, y la mitad de los días la combinación es fruto del azar. Puntualmente tarde, llego al trabajo, donde durante unas 10 horas ejerzo de médico mediocre e incompetente, y donde mi cariño, queda ensombrecido por mi torpeza. Tras mi larga jornada de trabajo, no suelo ejercer ni de hija, ni de hermana, ni de amiga, y cuando ocasionalmente lo hago, mi discurso es absurdo, negativo y egocéntrico. Y por último, cuando llamo a mi señor novio, la conversación suele convertirse en su monólogo y mis escasas palabras suelen ser ofensivas, reprobatorias y melancólicas. Si sabe que le quiero es de nuevo fruto del azar. Por último, malhumorada y frustrada, suelo irme a domir, sin cenar y depués de pasar horas delante de la caja tonta.
Como ya dije, nadie es perfecto, y yo no iba a ser menos, pero desearía serlo...